La relación entre ética y religión en los dos últimos siglos no siempre ha sido pacífica. Al final del siglo XX encontramos tres posiciones claras que concretamos en autores relevantes: E. Guisán (ética laicista), J. L. L. Aranguren y A. Cortina (ética laica) y M. Vidal (ética religiosa). A ellos está dedicada la primera parte del libro.
Y a partir de ahí nos atrevemos a proponer: la ética exige autonomía, aporta racionalidad y puede recibir de la religión un horizonte de sentido, propuestas de felicidad, utopías, esperanza y ágape. Ética y religión necesitan reconocerse y respetarse.
Como trasfondo hay cuestiones muy hondas: la referencia o no a la metafísica, la necesaria superación de los conceptos de “naturaleza” y “ley natural”, la autonomía, la universalidad y la cuestión sobre si los valores se construyen, se inventan o se descubren.
La relación entre ética y religión no puede pensarse sino en un ámbito de respeto y diálogo, que hay que llevar al compromiso con la realidad para afrontar los problemas humanos. Y al mismo tiempo conviene no olvidar que la dignidad de las personas no es dialogable y que la ética no sabe qué decir cuando la religión habla de resurrección y vida eterna.

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