En mi eterno retorno a los días en que era un niño fácilmente impresionable, la imagen de La última cena vuelve hambrienta de ser recordada: una réplica del cuadro de Leonardo da Vinci, colgada en un pasillo lateral de la iglesia de mi colegio. Con su genio divino, Da Vinci me ofrecía información valiosísima sobre la modestia, el ayuno y la piedad. (...) Nada sobra: en la mesa ni en el cuadro. El arte y la comida están unidos desde mucho antes de que a algún moderno se le haya ocurrido pintar con mondongo. (...) Gracias a la profesora Graciela Audero me entero de que en Perú otra versión de La última cena se exhibe en un convento: colgada de la pared, la obra del jesuita Diego de la Puente se ahorra la modestia y muestra a Jesús rendido ante un manjar limeño de naranjas, peras, manzanas y un cuy, el roedor adorado por los incas, en reemplazo del cordero pascual. (...) Alguna vez leí que la buena comida anula el tiempo. Si el esteta delirante pudiese encontrar un motivo de insomnio imaginando la cena imposible entre Da Vinci y Warhol, yo me rendiría a otra ensoñación diurna: (...) me distraigo de mis cuitas pensando que estoy invitado a recorrer una pinacoteca infinita donde cuelgan de las paredes los más diversos manjares que nadie podrá probar jamás, sólo mirar, lo que podría ser una cruel forma de penitencia al pecado de la gula, aunque sea visual.

Nicolás Artusi

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