Hablar de la relación de Goya con el mundo de los toros presenta una complejidad mayor que la que supone la simple investigación y búsqueda de datos. Desde mediados del s. XIX se fue imponiendo una visión de Goya como apasionado de las fiestas taurina que ha condicionado la percepción del significado de sus obras. Algunos de sus primeros biógrafos, más allá de considerarle un simple aficionado, le convirtieron en un fanático que asistía a las corridas vestido de torero y con la espada en la mano, y que, para Yriarte, le había llevado de joven a recorrer el sur de España formando parte de una cuadrilla de toreros. Todo ello producto de una visión romántica que concebía la vida del artista como una obra de arte en sí misma. Para tratar de comprender la relación de Goya con los toros lo mejor es centrarse en sus propias obras. Sin embargo, la mayor parte de los investigadores que se han acercado a sus creaciones de tema taurino, si bien han hecho aportaciones valiosas, han cometido un error de enfoque. Han estudiado estas obras goyescas de forma aislada, sin plantearse que muchas de ellas forman parte de grupos mayores en los que las escenas de toros se combinan con composiciones de temas muy diferentes. En gran medida estos autores han estado condicionados por haber realizado sus estudios para textos o exposiciones en los que la fiesta de los toros constituía el eje conductor.

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