Nacido enSantiago de Compostela en 1945, Miguel d’Ors comenzó a publicar en los años setenta, en pleno auge del neovanguardismo. Sin embargo, desde su primera entrega, Del amor, del olvido (1972), optó por una lírica sencilla y entrañada de la que no se alejaría en los nueve libros que ha publicado desde entonces, el penúltimo, La música extremada, en 1994. Hacia otra luz más pura se abre con un soneto de tono deliberadamente quevedesco en el que el poeta revela, a modo de declaración de principios, una mirada escéptica ante la vida, una cierta conciencia de inutilidad frente al discurrir del tiempo, un apego distante hacia los pequeños actos que configuran la propia biografía: "Y contemplando tanta nada junta / mi casi medio siglo se pregunta / dónde demonios estará la vida". Sin embargo, esa disposición inicial, a medida que avanzamos en la lectura, se convierte en una suerte de fingimiento, de actitud literaria dirigida a desacralizar las fuentes que alimentan el poema y que no son otras que las que conforman la realidad, la "vida" del yo lírico: la memoria, las lecturas, el amor, los amigos, la naturaleza, una visión trascendente (en lo religioso) de la existencia, el propio ejercicio de escritura. Miguel d’Ors tantea, así, esa realidad circundante y hace del poema una síntesis entre la plasmación de lo visible y las emociones que en lo visible se contienen. Estamos, por tanto, ante una crónica poetizada de lo cotidiano en la que se advierte, además, el premeditado hilo conductor de una poética: la afirmación de una lírica directa y el sutil rechazo de otras vías de formalización. Para ello, pone en juego una dicción conversacional e irónica en la que se advierte la huella de Jaime Gil de Biedma (carente, todo hay que decirlo, de su proteína crítica, social, existencial) y en la que resuenan las voces de poetas coetáneos como Francisco Bejarano, Víctor Botas, Alberto Tesán o Luis Alberto de Cuenca, entre otros, sobre el trasfondo de una muy matizada melancolía. Ese tono, elusivo de lo sorprendente e imprevisto, siempre controlado y cauto, alcanza sus mejores logros cuando se interna en los caminos de la memoria o de la evocación paisajística (El dolmen de Eguilaz, Ante tanta ruina, Paisaje con moraleja), emociona cuando medita (Domingología, Nocturno con preguntas, Mitología casera) y bordea el lugar común y lo prescindible cuando rescata datos de la actualidad como sustrato de la meditación. "¿Qué es esta vida sino un breve sueño? / Hoy lo repite, a su manera el Marca: / en junio se retira Butragueño". En definitiva, Hacia otra luz más pura es una muestra más de la lírica de la cotidianidad que desde hace casi treinta años viene escribiendo Miguel d’Ors. Una poesía que, aun bebiendo de las fuentes del cincuenta, no es ajena a cierta estética “arraigada”, familiar y de fondo religioso de nuestra posguerra (Vivanco, sobre todo) y a una visión conservadora, no conflictiva, del mundo.
