No se puede vivir toda una vida con un idioma, moviéndolo longitudinalmente, explorándolo, hurgándole el pelo y la barriga, sin que esta intimidad forme parte del organismo. Así me sucedió con la lengua española. La lengua hablada tiene otras dimensiones, la lengua escrita adquiere una longitud imprevista. El uso del idioma como vestido o como la piel en el cuerpo, con sus mangas, sus parches, sus transpiraciones y sus manchas de sangre o sudor, revela al escritor.
Esto es el estilo. Yo encontré mi época trastornada por las revoluciones de la cultura francesa. Siempre me atrajeron, pero de alguna manera no le iban a mi cuerpo como traje. Huidobro, poeta chileno, se hizo cargo de las modas francesas que él adaptó a su manera de existir y expresarse en forma admirable.

Entre americanos y españoles el idioma nos separa algunas veces. Pero sobre todo es la ideología del idioma la que se parte en dos. La belleza congelada de Góngora no conviene a nuestras latitudes, y no hay poesia española, ni la más reciente, sin el resabio, sin la opulencia gongorina. Nuestra capa americana es de piedra polvorienta, de lava triturada, de arcilla con sangre. No sabemos tallar el cristal. Nuestros preciosistas suenan a hueco Una sola gota de vino de Martín Fierro o de la miel turbia de Gabriela Mistral los deja en su sitio muy paraditos en el salón como jarrones con flores de otra parte.

  • Editorial: PORRÚA
  • Paginas: 276
  • Edición: 1999
  • Idioma: Castellano
  • Peso: 326
  • Ancho: 12 mm
  • Largo: 18 mm
  • Encuadernación: Papel
  • ISBN 9789700717524

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