EN EL PRINCIPIO DEL MOVIMIENTO
Que hoy haya interés por la historia del psicoanálisis es algo que no tiene nada de sorprendente. Después de un siglo de existencia, al psicoanálisis debían llegarle sus archivistas, sus historiadores, sus cronistas... Algunos verán ahí el signo de que, dudando definitivamente de su futuro, o incluso sintiéndose cerca del fin, el psicoanálisis se dedica a reconstituir su pasado aceptando el riesgo de que salgan de la sombra tenebrosos asuntos y vergonzantes secretos de familia (de esos que no faltan…). A otros, una voluntad así de anamnesis y de investigación les parecerá un procedimiento análogo al que estuvo, por lo menos al inicio, en el principio de la cura: "¡Recuerde!".
En cambio, lo que sí puede producir intriga es que el fundador mismo haya sentido la necesidad de escribir esa historia y que esa necesidad se le haya impuesto muy pronto. El psicoanálisis todavía es joven cuando Freud publica en 1914 su Historia del movimiento psicoanalítico. Una historia que es la de un movimiento, no la de una ciencia o de una doctrina, y menos aún la de una institución. Con anterioridad a este escrito, ya muchos de sus textos adoptaban un modo de narración histórica, pero hay que esperar las Conferencias de introducción de 1915-1917 para que se brinde una amplia exposición de la doctrina1. Y después de Historia del movimiento psicoanalítico, todavía más numerosos son los textos que darán cuenta del recorrido seguido, o mejor dicho, trazado paso a paso.
Hay en todo ello para Freud, incuestionablemente, una exigencia interna: para transmitir al lector, sea este discípulo o profano, una percepción no demasiado deformada de la “cosa”, no sería posible contentarse con exposiciones didácticas, presentaciones discursivas, y ni siquiera con relatos de casos. Ningún enunciado sin remitirlo a lo que condujo a su producción. Freud tiene que hacerse historiador de su pensamiento, tanto para marcar, etapa por etapa, su continuidad como para justificar las modificaciones que casi siempre – e insiste en ello – sólo la experiencia ¬– léase la fabricada por el inconsciente– ha hecho necesarias. Es el encuentro con acontecimientos no esperados, no deseados – los untoward events que se presentan a propósito de la transferencia, pero la fórmula también es válida para muchos otros fenómenos, sobre todo para lo que más tarde se llamará compulsión a la repetición de situaciones dolorosas –, sí, es ese encuentro imprevisto con el obstáculo lo que hace que el psicoanálisis avance, con la condición de que no eludirlo, sino de superarlo sacando provecho de él.
No por ello es Freud un historiador fiel. Como todo el mundo, reconstruye el pasado a partir del presente. ¿Habrá que ver en su preocupación por pasar revista a los orígenes y la evolución del psicoanálisis la voluntad de establecer él mismo la historia de su ciencia a fin de prevenir las versiones engañosas que podrían dar los demás? Único fundador del psicoanálisis, sería así también su historiador más confiable. Como no puede controlar un “movimiento” que comienza a escapársele de las manos, podrá por lo menos manifestar, con el relato que de él hace, el sentido de la trayectoria recorrida. Escribir la historia, en este caso, puede también servir para llamar al orden.
En lo que hace a Historia del movimiento, la circunstancia desencadenante es efectivamente muy particular: hay peligro en ciernes y urgencia por conjurarlo. Es la primera vez que el psicoanálisis se ve amenazado desde adentro. Hasta ese momento, los ataques habían llegado desde afuera. No habían ni cesado, ni faltado, y a Freud no lo preocupaban demasiado. No sentía gusto, decía, por la polémica – ese ejercicio en que las palabras sólo sirven para pelear y, simulando un debate, arreglar cuentas –. La consideraba vana. El psicoanálisis terminaría finalmente por ser reconocido como lo que es, aunque fuera después de su muerte; el tiempo haría lo suyo prosiguiendo la obra.
La situación cambia de cabo a lado cuando son los más próximos – encabezados por el “príncipe heredero” designado por el mismo Freud, Jung – quienes afirman que son psicoanalistas cuando ya han dejado de serlo a los ojos del maestro. Ya no está permitido callarse, hay que sacar la espada. Y, aunque lo niegue en otros lugares, lo que Freud escribe es un texto vigorosamente polémico. Estamos a comienzos de 1914, algunos meses antes de que estalle la otra guerra, la Gran Guerra...
En esta Historia, la tarea de recordar los orígenes, que va a poner en movimiento todo lo posterior, tiene un solo motivo. Y ese motivo podría caber en estas pocas palabras: “El psicoanálisis es mi creación”. Desde el comienzo, Freud reafirma su paternidad exclusiva. Sólo le preocupa una cosa, pero mucho, y no va a cejar. Si el psicoanálisis es “mi creación” – y este es un hecho incuestionable y además no cuestionado; a lo sumo se le buscarán “precursores”–, de ello surge que “nadie mejor que yo puede saber lo que es el psicoanálisis”…y lo que no es. Sólo Freud puede decidir sobre el schibboleth. Sólo una cuestión de palabras, una diferencia en la pronunciación que puede parecer ínfima2. La de la palabra libido, por ejemplo, pero ante todo a la que genera a todo el resto, la de la palabra “psicoanálisis”.
La autoridad que así se afirma enérgica y segura para que surja su evidencia, no es la de un “padre originario”, un Urvater con su poder cuestionado por los hijos y resuelto a hacerse obedecer. Tampoco se está preparando ninguna rebelión y por otra parte Freud nunca quiso estar a la cabeza de ninguna institución. No, la autoridad que se cuestiona es de otro orden: no la de un tirano o un director de escuela, sino la del (en el sentido latino de la palabra auctoritas) garante. Recordemos: “el psicoanálisis es mi creación". Y de allí, “nadie mejor que yo puede saber lo que es el psicoanálisis…”. Certificado de origen y certificado de garantía, todo en uno. Psicoanálisis made in Freud de una vez por todas. ¡A desconfiar de las imitaciones, de la mimicry!
Y precisamente para que no se confundan en su persona los dos sentidos de la autoridad, Freud se decidió a hacer de Jung el jefe, el Führer del movimiento. Señala, ahora que se arrepiente, las razones de su elección. Hubo sin duda otras, que por otra parte se conocen. Llevar a un goy a la presidencia de la muy reciente Asociación Internacional podía resultar una buena operación. Pero no es seguro que allí esté lo esencial. “Instituyendo una autoridad capaz de dar directivas y advertencias”, confiándole tareas de organización, “transfiriendo” – como lo vuelve a decir – “esa autoridad a un hombre más joven”, Freud tenía razones legítimas para pensar que su autoridad, la de él, la de su ciencia, la &ua