Un día se murió Perón. Yo era un adolescente que hacía mis primeras armas trabajando en una fábrica de ropa para niños. Había unas cuarenta obreras en esa fábrica. Casi todas costureras. La radio dejó de musicalizar y apareció una voz (allí el recuerdo se hace confuso, no se si era un relator o Isabelita, diciendo “…tengo el triste deber de informar a la ciudadanía la muerte del Presidente de la Nación, General Juan Domingo Perón”. El silencio invadió la sala. Algunas empezaron a llorar, la delegada marcó el rumbo de la congoja. Me sentí fuertemente impactado por esa situación.
Esa tarde, fui a análisis. Yo era un estudiante de Psicología y como mandaban los ideales de la época, me analizaba cuatro veces por semana, porque “eso” y “solo eso” era “analizarse”.
Esa tarde, en esa sesión, me enteré, por la boca de mi analista, de que yo veía en la muerte de Perón la muerte que deseaba y temía de mi propio padre. Escuché con horror que, además de eso, yo en realidad deseaba y temía también la muerte de mi analista y que eso me acongojaba. Que yo como varón, frente a Perón varón, mi padre varón y mi analista varón, estaba lleno de esos sentimientos de rivalidad y envidia.
Mis diecisiete años de entonces se iban diluyendo, empequeñeciendo en ese diván que cada vez me parecía más grande, frente a la monstruosidad de mis deseos reprimidos.
Pasó mucho tiempo. Y un día se murió Alfonsín.
Y mis pacientes de esos días que trajeron su congoja, no se enteraron de lo mismo que yo en aquellos días. Se enteraron por su propia boca de que esa congoja formaba parte de un duelo colectivo. Cada uno habrá asociado esa muerte con vicisitudes de su propia vida. Algunos en relación con la esperanza democrática del 83, el fin de la dictadura, alguno que otro habrá asociado la muerte con algún duelo personal, pero sin duda, todos fueron acompañados en sus sentimientos, que la mayoría de las veces eran muy parecidos a los míos dado que ambos formábamos parte de esa escena colectiva, social, vincular. No sentí necesidad, en la mayoría de los casos, de decir nada sobre eso, más que acompañar, compartir, asistir a esa escena. Luego, cada sesión fue rumbeando para diferentes lados.
¿Que pasó entre aquel analista del 74 y este de 2009? ¿Qué pasó con el psicoanálisis en estos treinta y cinco años?
Una primera respuesta: diría que la otredad irrumpió fuertemente.
Que el psicoanálisis fue interrogado en su solipsismo por una gran diversidad de prácticas que fueron mostrando que el psiquismo no está cerrado sobre sí mismo y que allí donde se encuentre un sujeto con otro sujeto, habrá afectación subjetiva para ambos protagonistas de la escena. Aun si esa escena es un psicoanálisis.
“Más de un otro” es la expresión que utilizó René Kaës al considerar que en todo vínculo intersubjetivo, lo inconsciente va a inscribirse de múltiples formas, que lo inconsciente de cada sujeto “lleva rastros en su estructura y en sus contenidos, del inconsciente del otro, y más precisamente de más de un otro”. (Kaës, R. 1991).
“Más de un otro”, entonces, para dar cuenta de la procedencia del sujeto de un conjunto, pero también para decir que la intersubjetividad genera nuevas marcas subjetivas, que no hay manera de seguir siendo el mismo que se era antes de ese vínculo, que la presencia del otro produce inexorablemente una exigencia de trabajo psíquico en el sujeto para dar cuenta de esa novedad.
“Más de un otro” designa, por último, la tarea de un analista que fue incluyendo en sus prácticas una mirada vincular y recibe, juntos, a algunos otros, para poner a trabajar aquello que las alianzas inconscientes instalaron como fuente de sufrimiento para los sujetos de ese vínculo.
Y el psicoanálisis mismo, interrogado, intervenido, afectado, por los efectos de dichas prácticas con más de un otro. De todo esto me propongo hablar. (D. W.)

  • Editorial: PSICOLIBRO EDICIONES
  • Paginas: 152
  • Idioma: Castellano
  • Peso: 202
  • Encuadernación: Papel
  • ISBN 9789872519049

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