TODA LA FELICIDAD DE LA QUE SOMOS CAPACES

Agazapado entre ríos y riachuelos del delta del Paraná, mojado, sucio, picado por mosquitos, un hombre
espera a su guía para cruzar la frontera. Podría estar en su casa, mirando televisión, y vivir la felicidad
inducida que el Estado reparte en las farmacias. Podría, pero no. Opta por huir, y así pierde la
comodidad, la rutina, su casa, su familia. Lo único que conserva de la vida que llevaba hasta entonces es
un cuaderno y la expectativa de que algún día su hijo lea esas notas que le dirige a la distancia, sin
respuestas.
Escrita a modo de bitácora, esta obra es, a un tiempo, registro e instrumento de navegación. Registro
del mundo perdido por el protagonista y del mundo que encuentra; brújula que lo orienta en el océano
de decisiones posibles, ancla a tierra, hijo que aguarda.
En Toda la felicidad de la que somos capaces, Nicolás Hochman cifra el trágico recorrido por el que,
tarde o temprano y pese a todos sus esfuerzos, un padre se revela como sujeto falible, vulnerable; un
mortal como cualquier otro.