Saavedra logra instalar su monólogo (cerrado sobre sí mismo, aunque disparado y disparándose, a tramos, por la vía de curiosas digresiones motivadas por el tema), logra instalarlo en el difícil intersticio entre lo serio y la carcajada, entre lo lírico y lo dramático, entre lo popular y lo culto, entre lo elegíaco y lo festivo, entre la delicuescencia y la solidez, entre la parodia fina y la grosera, superando el estado de mezcla y alcanzando el de combinación. El velador es, como hito, un mojón demarcatorio de una muy alta calidad poética; como lección, la lección de un maestro: el planteo de la obra como problema estético a resolver; el poema como solución ofrecida por el autor. El velador es una construcción verbal donde la búsqueda del equilibrio, de la coherencia creativa, es permanente: llegó para quedarse; esto le suele ocurrir a los clásicos.
Leónidas Lamborghini

Lo velado, el equilibrio de las palabras veladas que luchan y se debaten contra palabras crudas. En este combate transcurre, de manera iluminada, el delicado equilibrio poético de El velador. Delicado porque como todo libro que incurre en el exceso se bambolea como la barca de Lowell, o la de cualquiera que lleva un cadáver, de un lado para otro, en ese hijo que es un Caronte inmóvil pero que recuerda, o imagina, cómo bailaba detrás de la puerta del dormitorio de los padres, alumbrado en las penumbras de la luz que ilumina el poema: “...con la luz tenue y prostibularia/ de lamparitas de veinticinco,/ las que soportan los veladores/ de tres patitas y una pantalla/ de color carne muy encendida”. La metáfora se confunde con la metonimia. No puede ser más perfecta.
Luis Gusmán  

  • Editorial: EL JARDÍN DE LAS DELICIAS
  • Paginas: 64
  • Edición: 2019
  • Idioma: Castellano
  • Peso: 100
  • Encuadernación: Rústica
  • ISBN 9789874536389

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