TRILOGIA

Luego de Fina voluntad y Una cortesía, Milita Molina partió las aguas con su hiperlúcida declaración  titulada Los sospechados. Melodías argentinas,Mi ciudad perdida, pero muy especialmente Trilogía, pertenecen al linaje ilustre del “¡Ya está! Más bien reconcentrarse en el gran black out”. Trilogía reúne tres obras en las que se traza un reguero incendiario por las lindes de las Últimas Poblaciones de la literatura. Molina, que no necesita que la conduzca ningún Virgilio, se arrima hacia allí con una suerte de yunta  o malón donde se amuchan, entre otros, Samuel Beckett, Malcolm Lowry y Osvaldo Lamborghini. Aun estancada en la certeza de la Caída, Molina se obstina en decir, pero decir en serio, con Beckett: “Yo recuerdo”. En aquel desbarranco, lo que queda es la dicha de hacer del tecleteo una herramienta para abrir algún que otro boquete en el concreto del olvido. Trilogía es el manotazo preciso de “esas manos de escribir” para salvar algo de la vida. Un tratado de las coloraturas del recuerdo cuando se logra arrancar una chispa de zarza al chamusque indiferente y gris de la memoria. En una mesa familiar en la que no se sabe bien de qué tema hablar, una hija, recatada pero convencida, propone: “A lo mejor los temas nos evitan a nosotros. No nos consideran capaces de llevarlos adelante, de sostenerlos”. Algo similar sucede con la escritura de Molina: hay que dejarla que nos lleve, que nos sostenga en vilo cuando sube uno o más tonos. Hay, incluso, que merecerla.