Islandia. Guía Azul

Los arriesgados viajeros que desde los siglos XV al XIX surcaron mares desconocidos y tierras ignotas en busca de la aventura, el hallazgo, la comprensión del planeta o simplemente la fortuna, representaron para la humanidad de su tiempo una suerte de temerarios y arriesgados vividores que animados por algún inenarrable ansia de conquista pugnaban por ser los primeros en hollar el confín de la tierra.

Dónde se hallaba este confín era lo de menos, puesto que existió más de uno y en localizaciones antagónicas. Tanto daba que el extremo del mundo se encontrase perdido entre las abrasadoras dunas del desierto o en mitad de una congelada bahía rodeada por témpanos de hielo. El único denominador común que en realidad convertía a estos lugares en sitios tan lejanos e inaccesibles como para ubicarlos a tan sólo un paso del universo era el desconocimiento sobre su entorno y la certeza de que nadie, o si acaso únicamente un viajero anterior, habían llegado hasta ellos.
En la actualidad sin embargo, recién estrenado el siglo XXI, la tierra ya apenas carece de confines, puesto que la revolución de los medios de transporte y el auge de la industria turística han conseguido reducir en apariencia las dimensiones del globo. No obstante, todavía es posible visitar algún que otro reducto donde tanto por la falta de información, como sobre todo, por unos atractivos peculiares que han evitado que el destino en cuestión entrara a formar parte de los circuitos habituales de las grandes mayoristas de viajes, es posible recuperar esa sensación de descubierta que acompañó a los aventureros del pasado en sus periplos y singladuras.
Islandia es sin duda alguna uno de estos lugares privilegiados, entre otros motivos, porque si bien no se puede decir que constituye en el presente uno de los límites del planeta, si que es sin discusión el confín declarado de Europa.