Que el hombre ha buscado a lo largo de toda la historia de la Humanidad paraísos terrenales, en espera del verdadero y eterno "Paraíso", es un hecho innegable. Con esto, el hombre cumplía sus deseos al permitirle el disfrute en el acto sin necesidad de recurrir a la espera de vidas posteriores ni a que su alma acumulase méritos. Desde su descubrimiento circunstancial por marineros árabes a principios del siglo IX, Seychelles se convirtió en uno de estos lugares, y lo más asombroso de todo, es que su condición paradisíaca no sólo no ha menguado, sino que incluso se ha incrementado con el paso del tiempo.
Para el turista ocasional, la visión de una playa tropical tapizada de blanca y finísima arena, repleta de palmeras que se inclinan sobre las olas y bañada por un mar de aguas cristalinas con tonos esmeralda, pronto suele convertirse en una enorme decepción cuando se comprueba sobre el terreno que la fantasía desplegada por la imaginación sobre aquel entorno tenía como único fundamento el espléndido encuadre de un fotógrafo profesional para evitar incluir en foco una gigantesca torre de apartamentos, la proximidad de una autopista o el infame montículo de un basurero junto a la línea de costa. Lo viajeros más avezados y con mayor experiencia turística saben que el adjetivo tropical, entre otras acepciones, es sinónimo de calor, humedad, insectos, tifones, tormentas, muy a menudo falta de infraestructura e incluso pobres condiciones higiénicas. ¿Es que entonces no es posible disfrutar de un lugar paradisíaco que se asemeje a la imagen que sobre el mismo mayoritariamente se ha idealizado? Y si este lugar existe, ¿dónde podríamos encontrarlo? La respuesta es simple: en la República de Seychelles.

  • Editorial: GUÍAS AZULES
  • Paginas: 298
  • Idioma: Castellano
  • Peso: 348
  • Encuadernación: Papel
  • ISBN 9788480235396

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